Todo tiene su final -y al 2006 ya le llego
A la media noche de hoy: un soldado del ejército etiope prendera el último cigarrillo que le queda, a las afueras de Mogadiscio, capital somalí a la que las tropas de las que hace parte entraron sin ninguna resistencia. Una mujer iraquí verá en la televisión jordana las imágenes de la ejecución de su padre, ahorcado por crímenes contra su propio pueblo. Una negra regordeta de Lousiana rezará alguna vieja oración para que su dios preserve vivo a su hijo, un marine desplegado en Basora. En el Norte de Santander colombiano una familia campesina temerá que la noche, y de paso el año, terminen con una nueva incursión de los paramilitares emergentes. En Cuba una jinetera de diecisiete años tendrá que salir a buscar clientes en el malecón de La Habana, esperando a ver si Fidel se muere pronto o se puede largar rápido de esa isla que se diluye bajo la égida del viejo malo ese –y ahora de su hermano-. Y así. Infinidad de postales que no coinciden en nada con el derroche de positivismo que se respira en otros muchos lugares. El mundo contrastado a una hora determinada. ¿En serio cree que algo de esto vaya a cambiar solo por un digito más en la fecha? No. Seguramente usted no es tan idiota. Pero necesita –necesitamos- creer que cerramos un ciclo. Que tenemos una oportunidad nueva de hacer las cosas bien. Al menos un 70% de los colombianos creen que el año entretente será mejor. Lo dudo. Todo tiende a empeorar inexorablemente. Aquí y en todas partes. ¿Que queda entonces? Tal vez solo esperar. Tomar un buen libro, ver una película que lo estremezca, hacer el amor, comer su plato favorito, montar en bicicleta mientras su perro sale a pasear, darle un beso a su mamá e irse a la cama con la intima fe de que sólo así, con esas pequeñas alegrías, con esos limitados sobresaltos de la rutina, se puede experimentar lo más parecido a la –fugaz- felicidad.