Sola bastaron 15 años
Termina uno de leer la prensa del fin de semana y queda uno con la misma sensación a la que conduce el final de esa gran película que es Babel. Un desgarramiento profundo del alma y la cuestión latente acerca como cabe tanta desgracia en este mundo, o en este país, que temporalmente es mi mundo.
Sin darnos cuenta los colombianos vivimos durante unos 15 años bajo la égida de una conspiración mafiosa que casi se traga por completo el país. Se llevo consigo, al menos, la dignidad y la valentía de muchos. La vida y el patrimonio de otros tantos.
Pero también hizo ricos a un puñado. Los que ahora tienen para pagar 150 millones por metro cuadrado en Bucaramanga o Villavicencio. Un fenómeno que logró de personajes grises momentos vibrantes para la política colombiana (quién conocería a Eleonora Pineda o a Rocío Arias sin la irrupción de Mancuso y Don Berna en la política). Emergió de pronto la cultura de las rumbas de diyeis más famosos en cualquier bar de Pereira o la emoción de equipos de media tabla se volvieran de pronto campeones gracias a jugadores mercenarios que cambian de camiseta cada seis meses.
El paramilitarismo logro en 15 años lo que no logra la guerrilla en casi 50: transformar la sociedad colombiana: su moral, su economía, sus gustos, su dinámica política. Uno puede creer que es una coincidencia que la ascendente carrera de Álvaro Uribe se haya dado justo durante esos 15 años. Desde su violenta gobernación de Antioquia hasta su violenta y corrupta presidencia de la República.
Los paramilitares lograron tomárselo todo alentados por la ambición y la venganza. Les abonó el terreno una guerrilla brutal y una clase política que carece por completo de escrúpulos. En eso estamos. En el exorcismo del cuerpo putrefacto en el que décadas de injusticia y violencia han convertido a Colombia. Despertando de la pesadilla ante escenas inéditas de complicidad. Coroneles cobrando sueldos de 30 millones para no perseguir a los paras; congresistas que hicieron leyes a instancias de un acuerdo con reconocidos narcotraficantes; palmeros que consiguieron generosos terrenos gracias al rastrillo y la motosierra. El alma de Colombia es un rincón tenebroso. El corazón de Colombia da miedo. La indiferencia pasma. El país debería estar conmocionado ante los hechos brutales que se revelan cada día. Pero no. Mientras tanto se anuncia una novela que parece venir a cumplir con la noble misión del circo desde tiempos romanos: volver todo un drama lacrimoso, alivianar la tragedia con unas actuaciones sosas de niñas prefabricadas con los mismos dineros con los que antes se compraron presidencias. Una rueda que gira incontrolable por un precipicio. Eso es Colombia.
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